Sobre la Conferencia del PTS

Compartimos con el público de La Izquierda Diario esta carta de Ariel Petruccelli, a propósito de la Conferencia del PTS y sus debates.

Camaradas:

Ante todo les agradezco la invitación a la Conferencia Nacional del PTS. Y les felicito calurosamente por la misma. Al margen de los muchos acuerdos respecto al análisis de la situación general y las oportunidades políticas que se abren, creo que hubo un elevado nivel político e intelectual en las intervenciones y que se expusieron diferencias y matices en un marco de cordialidad. No he podido leer el grueso de las minutas pero me parece un buen síntoma que haya habido varias producidas por equipos de base. En estos tiempos de relativo declive de la cultura escrita sostener el hábito de la lectura atenta y de la escritura es muy importante.

A continuación les ofrezco algunas apreciaciones algo desalineadas y algunas opiniones, siempre dentro del marco más general de lo que considero coincidencias sustanciales.

No tengo ninguna duda de que nos hallamos ante una situación en que se puede crecer en influencia y en organización. Pero no limitaría esto a una coyuntura breve, vinculada a la inestabilidad del gobierno de Milei (la cual podría dar lugar a un estallido en cualquier momento o a una estabilización relativa, por ejemplo si Trump ganara las elecciones y viniera a su rescate). Tiendo más bien a pensar que en los últimos años se viene desarrollando en muchos países un proceso que combina cierta inestabilidad política y cierta tendencia a la volatilidad de las lealtades. Proceso que hasta ahora mayormente ha logrado capitalizar la ultraderecha por su osadía, pero que también ha favorecido a fuerzas de “izquierda”, desgraciadamente del más abyecto reformismo.

La oportunidad que tenemos en la Argentina es que sea una fuerza revolucionaria la que pueda convertirse en puntal del descontento de masas.

Creo que la tendencia a la inestabilidad política continuará y ello abre espacio para corrientes radicales. Hasta ahora se ha tratado de un radicalismo más bien discursivo, que no ofrece un modelo verdaderamente alternativo de sociedad al capitalismo liberal. En este sentido una ofensiva ideológica en favor de la alternativa comunista trasciende la coyuntura inmediata. Y pienso que hay cuatro o cinco fenómenos que hacen que hoy sea posible una ofensiva ideológica (necesaria lo ha sido siempre).

El primero es que para la enorme mayoría de la ciudadanía el descalabro del “socialismo real” no forma parte de sus experiencias: son demasiado jóvenes. En los noventa y en los dos mil era imposible siquiera pensar en una ofensiva ideológica. Hoy sí lo es. Que libros como los de Piketty o Saito puedan tener records de ventas habla en tal sentido (más allá de que lo que proponen positivamente nos resulte completamente insuficiente). El segundo es que más o menos en el momento en que una buena mitad de la población ya era lo suficientemente joven como para que no pesara sobre sus cabezas el desastre del estalinismo, la irrupción de la internet de masas y de las “redes sociales” modificó y “volatilizó” los patrones culturales y políticos conocidos, al tiempo que creó nuevas plataformas para popularizar discursos. El tercero, desde luego, es la propia crisis o recesión económica, en el marco de un proceso estructural de precarización del empleo: la carencia de perspectivas alentadoras para el futuro hace que se tornen atractivas las propuestas radicales. El cuarto es que la visibilidad actual de la crisis ecológica permite criticar más fácilmente a lo que parecía la gran “ventaja” del capitalismo: su capacidad para crear riquezas. Y por último, en quinto lugar, creo que al menos en Argentina el FITU en general y el PTS en particular ofrecen un núcleo de marxismo “duro” con cierta llegada de masas. Este núcleo bien puede interactuar con una pequeña pero existente intelectualidad marxista extra partidaria, en un contexto de desconcierto de todas las opciones reformistas.

Esto es lo que nos juega a favor. Pero hay fuertes tendencias en contra, ante las que habrá que remar a contracorriente. La primera es que el auge de las “redes sociales”, si bien por un lado brinda las posibilidades de nuevas plataformas masivas de difusión fácilmente accesibles, por el otro tiene tres profundas connotaciones negativas: el “filtro burbuja” hace que la difusión quede en buena medida constreñida; el control algorítmico está en manos de las corporaciones propietarias: éstas pueden fácilmente reducir las visibilidad de los contenidos que no les gustan; las redes promueven lógicas individualistas de comportamiento, producen fácilmente polarizaciones superficiales que coartan el debate racional de ideas, incentivan la superficialidad y fomentan el narcisismo y la ansiedad. Estoy a favor de ensayar las transformaciones que se proponen en el “sistema de medios”, pero habrá que mantener un permanente estado de alerta crítica y no ignorar que, en una medida considerable, “el medio es el mensaje”.

Las profundas tendencias a formas cada vez más individuales, privatizadas y mercantilizadas de vida también nos juegan en contra. Todo lo que se pueda hacer en términos culturales para contrarrestar estas tendencias, habrá que intentarlo. Pero sin perder de vista que la maquinaria capitalista es infinitamente más poderosa.

Pienso que a la par que se agiganta la irracionalidad sistémica del capitalismo van creciendo las tendencias a la irracionalidad subjetiva, de las que abonan y a las que promueven los fundamentalismos religiosos y posmodernos. Esto nos obliga a una defensa redoblada del racionalismo crítico y a un debate calmado y paciente con esas tendencias (una crítica demasiado exaltada en estos campos puede favorecer lo que deberíamos combatir: la irracionalidad de masas).

La tendencia estructural del capitalismo actual hacia la precarización de la vida y el empleo y la mercantilización de todo (incluso de lo que no estaba mercantilizado en fases previas) tiene otro efecto importante: la gente va naturalizando esas situaciones; las expectativas populares se van “adaptando”. En tal sentido, el reformismo no estará nunca definitivamente muerto. El “estatismo blando” bien puede ser reemplazado por un “estatismo híper blando”. En este sentido, más que defender que el capitalismo o el reformismo no tienen nada que ofrecer (cosa que depende en parte de las expectativas, que pueden ir a la baja) hay que decir y remachar que, si no acabamos con el capitalismo, a largo plazo todo irá a peor. Las estabilizaciones o pequeñas mejoras reformistas serán efímeras: unos pocos años de relativa bonanza seguidos de una tendencia agravada a posteriori en la medida en que el capital se concentra aún más y su capacidad para condicionar nuestras vidas y a los estados se verá acrecentada.

Creo que en las presentes condiciones tenemos alguna chance de instalar en la esfera pública una agenda propia. Esto es, plantear otros temas y otros problemas, y no sólo tener otras visiones o soluciones ante los ya instalados. Creo que hay cierta avidez por escuchar cosas nuevas. En este sentido, y asumiendo con los ojos bien abiertos los riesgos que entraña, pienso que hay que tener un discurso cuasi “milenarista”: sin una revolución no se arreglará nada realmente importante. Desde luego, las cosas no son nunca tan claras y tajantes. Pero hoy, sostener públicamente esto me parece un punto clave y por varias razones. La primera de estas razones es que siendo una posición tajante y esquemática, no es falsa. La segunda es que -sin ignorar que discursos de este tipo sirvieron en el pasado para postergar el abordaje de problemas que no necesitaban de ninguna revolución para ser solucionados- lo que necesitamos hoy en día es instalar en el imaginario social la perspectiva revolucionaria. La tercera: actualmente hay receptividad para las “novedades” políticas y terreno propicio para los discursos más abiertamente ideológicos (por derecha, Milei explotó esto con maestría). La cuarta: es necesario cortar de raíz, en la medida de nuestras posibilidades, las tentaciones reformistas. Aunque sé que es difícil, creo que tenemos el desafío de promover en el debate político un puñado de ideas muy radicales y muy simples, pero teniendo detrás de ellas elaboraciones matizadas, bien informadas y muy sofisticadas. En este terreno, los intelectuales de izquierda tenemos mucho trabajo por delante.

En síntesis: radicalidad y claridad en la enunciación; sofisticación y complejidad en la elaboración. Por ejemplo, me parecería totalmente adecuado decir en voz alta, claramente y desde el inicio, que los problemas que nos aquejan son consecuencia del capital y de lo que hacen las grandes corporaciones capitalistas, antes que de lo que hace la “política” y el estado. Yo diría sin medias tintas que si en este país no se socializa la riqueza generada por el campo, como mucho podremos discutir si tendremos un 50% o un 25% de pobres, pero que sin dudas seguiremos viviendo en medio de una pobreza masiva en un país lleno de riquezas. En estos tiempos en los que hay tanta sensibilidad por las palabras, sin caer en los extremos posmodernos de querer inventar a cada rato un lenguaje nuevo, creo que sería pertinente poner sobre la mesa términos que hoy están ausentes (aunque muchos de ellos formen parte nodal de nuestra tradición): socialización (que sirve además para demarcarnos del estatismo burgués), comunismo, revolución, expropiación. Sostener esto no implica, desde luego, bajar la consigna de la ruptura con el FMI. Pienso más bien que hay que hacer los dos planteos a la par. Hay consignas clásicas que son problemáticas, por razones a veces sustanciales y en ocasiones circunstanciales. Por ejemplo, luego de las experiencias de Bolivia, Ecuador y, más recientemente, Chile, la consigna por una Asamblea Constituyente parece un salvavidas de plomo. Pero podemos explorar alternativas: tal vez se puede hablar de Convención Revolucionaria y se puede pensar en medidas anti burguesas en lo político (no sólo en lo económico). Por decir algo, pensando en voz alta: plantear que quienes tengan fondos depositados en el exterior quedarán excluidos de dicha convención y cosas así.

El capitalismo contemporáneo se ha tornado una sociedad tremendamente compleja. Pero compleja en el peor sentido del término: todo es muy fragmentario, burocrático, incomprensible para la gente de a pie. Pensemos por ejemplo en las formas distintas, múltiples y muy desiguales en que las personas acceden al sistema de salud. El socialismo deberá, entre muchas otras cosas, esforzarse por simplificar esa realidad social: siguiendo nuestro ejemplo, implementando un sistema único de salud, que no por ser único sea menos complejo (pero, esta vez, en el mejor sentido del término). Es precisamente por eso que nuestras propuestas actuales deben ser también bien simples.

Tenemos por delante el desafío de responder con claridad y sin medias tintas a la pregunta que mucha gente nos hace: ¿y ustedes qué proponen?

A las propuestas habituales (reparto de las horas de trabajo, ruptura con el FMI, plan de obras públicas, control obrero de las empresas que cierren, etc.), yo propondría sumar el siguiente puñado de ideas, al menos para ir pensándolas. La primera es que sin la socialización del campo, este país no tiene arreglo. Si no nos apropiamos de la renta agraria socialmente (si queda en manos, como hasta ahora, de un puñado de capitalistas), la mayoría estará condenada a una vida de precariedad e incluso de miseria, y las desigualdades serán cada día mayores. Derecho al trabajo (garantizar un mínimo de horas de trabajo a todos los mayores de edad que habiten el país). Esto permite restituir una consigna clave de la tradición revolucionaria y debatir sin hostilidad pero con perspectiva revolucionaria con las propuestas de renta básica (la renta básica, a mi juicio, puede ser muy progresiva o muy regresiva, dependiendo de los contextos y de cómo se articule con otras propuestas). Defender la idea de un ingreso mínimo y un ingreso máximo, lo que nos lleva a discutir a calzón quitado cuánta desigualdad nos parece justificada: ¿1-5 (voto a favor), 1-10, 1-20, 1-100? Des-mercantilización de la salud y la educación: que nadie lucre con la salud y con la educación, una manera, además, de dar cierto viso de realidad a la “igualdad de oportunidades”.

Ante los problemas ecológicos, yo me plantaría tajantemente en que, dentro del capitalismo, se haga lo que se haga será insuficiente e incluso contraproducente. Nuevamente, las cosas suelen ser más complejas y matizadas. Pero hoy habría que pararse ahí. Ello no significa que no estudiemos con la mayor seriedad y rigor todo tipo de posibilidades y opciones en términos técnicos o sociales. Pero bajo la siguiente premisa: esas posibilidades no pueden separarse de la ruptura revolucionaria. Sin ruptura revolucionaria, sin un gobierno obrero enfrentado al capital y que se proponga revolucionar las relaciones de producción, no hay ecologismo defendible. Sin ruptura revolucionaria nos oponemos a toda medida, por atractiva que resulte. Esto puede ser demasiado taxativo, parecer sectario. Pero, una vez más, no es falso. Conviene pararse ahí, y luego ver si caben flexibilidades tácticas.

Bueno, camaradas, estas son algunas de mis apreciaciones y opiniones. Para no extenderme indebidamente, no diré nada sobre muchos de los temas que se abordaron en la Conferencia (por ejemplo sobre los conflictos obreros y cómo abordarlos, tema sobre el que aprendí mucho escuchándoles).

Esta carta tiene en principio carácter privado, pero si quieren hacer uso público de la misma, pueden hacerlo.

¡Salud y revolución!

22/07/2024.

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