La crisis interna de la UCR deja al descubierto la falta de dirección en un partido que sigue perdiendo su identidad, mientras el gobierno provincial se aprovecha de las fracturas para consolidar su poder.
Las recientes expulsiones en la Unión Cívica Radical (UCR) rionegrina no son solo un ajuste interno, sino la muestra de un partido que ha perdido el rumbo. Con la salida de figuras como el intendente de Allen, Marcelo Román, y los legisladores Santiago Ibarrolaza y Claudio Doctorovich, entre otros, la conducción del radicalismo en Río Negro liderada por Pedro Sánchez, ha dejado en claro que no hay lugar para aquellos que no se alinean con el llamado «Gran Acuerdo» con Juntos Somos Río Negro. Sin embargo, esta purga es más una señal de la debilidad del partido que de su fortaleza.
Lejos de ser una estrategia para fortalecer la unidad, estas expulsiones exponen una crisis interna que sigue debilitando a la UCR, mientras las decisiones políticas de la provincia agravan la situación para todos los rionegrinos. En lugar de enfrentar los verdaderos problemas que aquejan a la sociedad —como el deterioro de los servicios públicos, la precarización laboral y la inseguridad creciente— el radicalismo se consume en disputas internas que solo favorecen a aquellos que buscan perpetuar el estatus quo. ¿Qué ganó la UCR con estas expulsiones? Más divisiones y menos capacidad de actuar como una verdadera oposición.
La estrategia del Gran Acuerdo: una alianza que sirve al gobierno, no al pueblo
La raíz del conflicto interno en la UCR es el Gran Acuerdo, la estrategia de alinearse con Juntos Somos Río Negro, liderado por Alberto Weretilneck. Esta alianza no ha sido más que una jugada política diseñada para asegurar el control del poder por parte del oficialismo, mientras los partidos que deberían ofrecer una alternativa, como la UCR, se diluyen en su propio desconcierto.
En lugar de proponer soluciones a los profundos problemas estructurales que enfrenta la provincia, la UCR ha optado por castigar a aquellos que deciden no seguir ciegamente una alianza que beneficia solo al gobierno provincial. Los dirigentes expulsados, al unirse a Juntos por el Cambio o La Libertad Avanza, reflejan un rechazo a la falta de identidad y acción del partido radical. Pero la pregunta central sigue siendo: ¿quién está realmente gobernando Río Negro? Porque lo que está claro es que la UCR no está jugando un papel relevante.
El radicalismo, de bastión histórico a socio menor en el deterioro provincial
El deterioro del radicalismo rionegrino es una triste señal del colapso de una fuerza que alguna vez representó un espacio de cambio y propuesta. Hoy, atrapada en alianzas que la han convertido en un socio menor del oficialismo, la UCR ha abandonado cualquier pretensión de liderazgo en la provincia. Los problemas de la gente —desde los bajos salarios de los trabajadores estatales hasta la falta de inversión en infraestructura básica— no encuentran eco en la agenda del partido, que prefiere concentrarse en expulsar a quienes intentan buscar nuevos caminos.
Mientras tanto, el gobierno provincial, bajo la conducción de Weretilneck, sigue profundizando las crisis. Los conflictos con los sindicatos, el deterioro de los servicios esenciales como salud y educación, y la precarización del trabajo público no son más que la consecuencia de un modelo que no ofrece soluciones reales para los rionegrinos. El radicalismo, lejos de enfrentar este modelo, ha decidido ser parte del problema.