Hace algunos años estaba sentado en una mesa del bar Vans en Villa La Angostura (hoy ya no existe) con mi amigo Facundo. La noche estaba demasiado tranquila y nosotros estábamos en silencio concentrados en nuestras respectivas bebidas y la música del lugar, mirando alrededor, a las personas, como esperando que algo pase, algo que de afuera nos traiga la solución a nuestro aburrimiento. El detonante de alguna aventura, algo que genere alguna anécdota para al otro día contale al amigo ausente iniciando con la frase «anoche estuvo buenísimo, ¡no sabés lo que te perdiste!”
Pero nada de eso estaba ocurriendo. Por lo menos hasta ese instante la noche se estaba encaminando a ser aburrida, olvidable; una noche más que se perdería de la memoria amontonada junto a otras noches similares y tapada por otras noches más memorables que tardarían bastante más en ser olvidadas.
Entonces me llega la solución, la pieza faltante para que en esa noche pase algo, lo que sea, pero algo. Pero era una solución imposible, una solución que no teníamos y esa falta era la evidencia clara y concreta del fracaso de la salida. La conclusión ineludible no podía ser entonces otra que la de terminarnos los brebajes y dar por finalizada esa empresa infructuosa.
Me volví hacia Facundo y le comuniqué la fatal conclusión: «¿Sabes lo que le hace falta a esta noche? Uno más».
En mi subjetividad, todo se solucionaría si fuéramos tres. Imaginaba una charla dinámica, alegre y hasta profunda, como ya había pasado otras veces. Una lluvia de propuestas y energías que se retroalimentarían entre cada vértice de ese condensador de flujos.
Automáticamente Facu se dio vuelta hacia la silla vacía de nuestra mesa al grito alegre y festivo, como si acabara de encontrarse con un viejo amigo que hace mucho que no veía, de «BRAULIO!!!».
Ese día nació. Así. Como la respuesta a nuestros problemas. Pero no solo al dilema fugaz, efímero, superfluo que nos aquejaba en ese instante. Pronto descubriríamos que Braulio había llegado a nuestras vidas como respuesta a una frustración mayor.
Ese día Facu me presentó a ese «viejo amigo que estaba reencontrando” trayendo el antídoto a una noche aburrida. Llegó con una mochila cargada de anécdotas que ninguno de nosotros había vivido nunca.
De Alma bohemia, Braulio es un mochilero de ley. Vagabundo en el mejor sentido que puede llegar a tener esa palabra. Vagamundos. Siempre con su mochila a cuestas, como preparado para ir a donde sea que lo lleve la aventura sin importar qué tan lejos sea ni cuánto tiempo lleve llegar ahí. Aunque llegar no es, justamente, algo que se le dé muy bien a Braulio. Siempre viajando, siempre yendo, yéndose, siempre llegando, siempre de paso.
Llaman poderosamente la atención sus rastas enmarcando una bella cara que comparte una expresión amistosa y bondadosa.
Lamentablemente debo confesar que «en persona» solo pude «verlo» ese día. Pero luego, cada vez que nos veíamos con Facu alguno de los dos (mayoritariamente Facundo) tiraba la frase «Te enteraste la última de Braulio?» O «¿tenés noticias de Braulio?». Frases que desencadenaban una nueva anécdota cada vez, engrosando su glosario.
Luego Facundo fue quien agarró la mochila y viajó por esos mundos que ignorábamos e imaginábamos juntos, y fue ese vagabundo en el mejor sentido que puede llegar a tener esa palabra. Facu se convirtió en ese vagamundos.
Y yo? Yo me quedé para cumplir en tiempo y forma los mandatos que todo pibe debe cumplir. Terminé la secundaria (no tan en tiempo y forma) y me fui a la facultad a estudiar “algo que me diera una salida laboral” (como repetían los grandes con mucha seguridad sobre el futuro).
Un día volvió Facu de visita al pueblo. Ya había viajado bastante y seguiría viajando más.
Yo había dejado la facultad y mi vida estaba en suspenso; evaluando TODAS las opciones que la vida y la sociedad me daban en esa época: empezar otra carrera o conseguir un trabajo estable y seguro. NADA MÁS.
Ese día le pregunté: «¿sabes algo de Braulio?»
_»No!! No sabés! Está laburando en una oficina en Buenos Aires! ¡Se sacó las rastas! Se rapó!!
En ese momento comprendí que Braulio ya no nos servía para proyectar nuestras frustraciones. Porque nuestras frustraciones ya no eran las de Facu. Facu se había convertido en lo que proyectábamos. Facu ya era Braulio. Facu estaba siendo valiente, cumpliendo sus sueños de libertad, y yo, no.