En mi trabajo hay un frasco con cera. Solía ser una vela pero se consumió y apagó hace tiempo ya.
Tiene un olor riquísimo. Cítrico y algo dulce. Ese aroma impregna todo el salón cada vez que abro el frasco.
Pero luego de un tiempo uno se va acostumbrando. Dejas de prestar atención y el olor se apaga. No deja de estar, no se dispersa. Tu cerebro lo apaga.
El cerebro es una cosa extraña que asimila y automatiza lo cotidiano, y empieza a apagar lo que ves, oles, sentís, oís, saboreas todo el tiempo hasta que dejas de sentirlos. Dejas de oler, ver… de experimentar…
Es el mismo mecanismo que hace que las palabras pierdan sentido cuando uno las repite muchas veces. Uno se acostumbra tanto que el cerebro empieza a apagarlas, pero uno las sigue usando, entonces hay un cortocircuito.
Este mecanismo es algo muy útil y en realidad está bien. Uno no va todo el tiempo sintiendo la ropa, por ejemplo. Imaginate lo horrible que sería! O sentir todo el tiempo el sabor de la saliba.
La nariz es algo que vemos todo el tiempo, pero gracias a este mecanismo, no nos damos cuenta que está ahí.
Pero cuando pasa con algo que te gusta es un garrón. Como cuando escuchas una canción tanto que la quemás.
Hasta que de repente un día le prestas atención y los volvés a ver, tan nítidos como siempre. En un momento eran invisibles y de repente están ahí… frente a vos, como la primera vez.
Les prestas atención porque algo cambió. A veces simplemente porque pasó un tiempo y te acordaste. O porque de repente ya no están. Como cuando para la heladera y te das cuenta que todo este tiempo estabas escuchando un ruido. Pero no lo sabías.
En una época trabajaba en una chocolatera. Me gusta el olor a chocolate. Debe ser horrible acostumbrarse a un olor tan rico y dejar de sentirlo. En la chocolatera yo cada tanto hacía el esfuerzo consciente de prestarle atención.
Para que eso no pase con la vela, cada tanto, cuando paso por al lado del frasco, lo agarro y le doy una buena olida. Una inhalación profunda y sentida.
Con los paisajes no me pasó. Me crié rodeado de paisajes soñados desde que tenía 5 años, pero nunca me acostumbré a ellos al punto de que me dejen de sorprender.
Debe ser porque mi papá se dedicaba al turismo y en esa industria uno está todo el tiempo señalandole a alguien todo lo lindo del lugar donde vivís. Entonces siempre volví a prestarle atención y renovar esa sensación. Actualizar su presencia.
…
Esto a veces pasa con personas.
Damos por sentado que las personas están y las postergamos… Las postergamos tanto que las apagamos.
Debe ser horrible acostumbrarse a la presencia de alguien querido tanto como para dejar de sentirlo.
Deberíamos volver a pensarles. Hacer el esfuerzo consciente de prestarles atención. Actualizar su presencia.
Si no lo hacemos a tiempo puede pasar como la heladera… Y darnos cuenta que estaban cuando dejan de estar. Cuando paran… Cuando se van…